Octubre de 1971: Los fotógrafos Rafael Carchi (+), Luis Arévalo y Humberto Parra (+) cubriendo una conferencia de prensa de Velasco Ibarra, en la Gobernación del Guayas, con los reportero Manuel Maldonado, de El Comercio y Antonio Molina, de El Telégrafo. Cuatro meses después Velasco fue derrocado por el general Guillermo Rodríguez Lara.
Fotógrafos sin trincheras…
Existe una diversidad de frases clisé en nuestra lengua que va quedando en la obsolescencia por culpa de la temporalidad y la dinámica tecnológica, --especialmente en la comunicación de masas-- y los elementos que a diario renueva en el campo audio-visual, como aquella ya tradicional (dicha, de cajón), expresada en múltiples ocasiones: “una fotografía, dice más de mil palabras”.
Encierra una gran verdad, irrefutable tal vez. Discutible semióticamente porque se trata de una producción humana para mejorar la comunicación, convertida en un “punto de vista” sin palabras, expresado en una imagen que logró recoger el instante, tal vez único… El fotógrafo es eso. Se nutre de los instantes, muchas veces únicos, porque su trabajo se da en las coincidencias, como la de pasar justos debajo del balcón desde donde salta un suicida al vacío. El fotógrafo es eso, no es un mago que “hace” que ocurran los hechos, tampoco “adivinador” para saber dónde van a producirse… Por esta razón NO mueren los “instantaneros” de cajón, que aún trabajan en los parques y que son parte de un folclor, ya casi desaparecido.
DESCUBRIENDO ESPECIALIDADES
En mi vida de reportero, casi siempre tuve, la compañía del fotógrafo raso, fogueado en los hechos mismos, sometido a los matices cambiantes de la noticia política, de la refriega callejera y de los tumultos, del desastre y la tragedia. También hubo el disfrute de los eventos sociales, culturales o deportivos. En ese mundo práctico, lo supe a diarios, el fotógrafo iba forjando su “especialidad” con la praxis.
La academia estuvo muy distante para ellos, recién por los años 70 las escuelas de periodismo incorporaron la Fotografía a su pensum. Aparecieron las escuelas privadas (hoy proliferan), las que pusieron énfasis en la fotografía publicitaria y artística, el retrato y el mundo social, antes que la periodística… El fotógrafo de prensa se forjó en diarios, periódicos y revistas y llegó a reconocérselo como “Reportero Gráfico”. La Universidad Casa Grande, que abrió sus puertas en Guayaquil en 1992, con su escuela de Periodismo “Mónica Herrera”, como una extensión de la chilena, y allí comenzó a enseñarse técnicas para la fotografía publicitaria y en la FACSO, de la U de Guayaquil, fue establecida la enseñanza de Fotografía, para sus alumnos del segundo curso. Aún en esos años distaba mucho para formar a un reportero especializado en fotografía para poder consolidar la categoría de “FOTOPERIODISTAS”, designación HOY más en boga por lo que hacen en los medios, que por una categorización académica. Esto es una deuda NO pagada a los fotógrafos que trabajan en medios impresos o digitales. Tal vez ellos mismos sean renuentes a la capacitación constante.
EXPERIENCIAS PROPIAS
Pero más allá de la teoría, tengo aún la satisfacción de haber tenido decenas de fotógrafos como compañeros de la aventura que significa una cobertura no programada, como aquella con el “Gordo” Eduardo Escobar Ronquillo (+), en Loja, a donde viajamos la víspera a cubrir las actividades del gerente general del BNF (José Racines). Debíamos “volar” Loja-Guayaquil, y sólo podíamos hacerlo hasta las 17:00, pero el reloj marcaba 18:15.
Racines algo debió alegar mucho en la Aviación Civil, porque --pese a la hora-- el vuelo fue autorizado. El pequeño aparato empezó a decolar, cuando de pronto una ráfaga de viento empujó con fuerza al avioncito hacia un macizo, que lo vimos como a 2 metros de nuestras narices. Los cuatro cerramos los ojos y enmudecimos… Un par de minutos más tarde supimos que estábamos vivos porque sonreímos nerviosamente… Cuando descendimos en Guayaquil el piloto dijo: ¡Gracias a Dios estamos vivos, los controles nunca me respondieron!... Escobar murió el 23 de diciembre del 2020 en el hospital Teodoro Maldonado Carbo, víctima de una dolencia renal…
LA MEJOR FOTO DEL AÑO
Junto al fotógrafo Bolívar Arellano Berrones cubríamos en Cuenca para El Telégrafo, las protestas estudiantiles contra el presidente J.M. Velasco Ibarra, a quien no querían que presidiera las celebraciones de su independencia política.
Desconocíamos el terreno donde íbamos a trabajar: domicilios, comercios e iglesias permanecían cerrados durante las refriegas que enfrentaban a estudiantes y al Ejército. Los jóvenes levantaban los adoquines para construir barricadas en las calles y protegerse de las balas disparadas, en una ciudad sin portales y con las puertas cerradas… Una ráfaga de ametralladora ZB cercenó una pierna al joven que protegía su cabeza con los adoquines… Su cuerpo saltó por los aires y la foto de ese instante le valió el Premio de la UNP-Matriz, a la Mejor Fotografía del año (1970-71). Cuatro meses después Velasco Ibarra fue derrocado en el Carnavalazo (16/2/1972) por el general Rodríguez Lara… Velasco Ibarra murió el 30 de marzo de 1979, Arellano está radicado en Nueva York y yo vivo aun escribiendo historias que no debemos olvidar.

Hugo Estrella, de Nobol, asediado por policías armados cuando cubría una revuelta estudiantil para EL TELÉGRAFO.
ESCAPANDO DE LA TURBA
Elio Armas Valencia, uno de los más prestigiosos fotógrafos ecuatorianos, abusó de su magnanimidad y trepó dos maletas “jumbo” al avión militar que nos llevó a Nicaragua a cubrir los estragos del terremoto que asoló Managua (a la madrugada del 24 de diciembre de 1974).
Tras el arribó al aeropuerto “Las Merceditas” de Managua contratamos un taxi para que nos lleve a algún barrio populoso, no muy distante, para entregar, frazadas, ropas y zapatos colectados por Elio, pero cuando empezó el reparto de los donativos tuvimos que escapar de la turba desesperada por auxilios, porque hubiéramos perdido cámaras fotográficas y grabadoras. Los desarrapados nicaragüenses no recibían nada, absolutamente nada, porque toda la ayuda internacional el dictador Anastasio Somoza, hijo (Tachito), la había robado para beneficiar a sus familiares y allegados.
LA METRALLETA Y EL JUICIO
La Sucursal del BNF en Daule. Hora de la apertura de atención al público (09h00). Seis individuos armados ingresan a sus instalaciones, la asaltan y se llevan millones, en sucres/billetes (aúno estábamos dolarizados). Se encienden las alarmas y Fausto Escobar Papasei (padre de los fotógrafos Joselito e Iván Escobar Ronquillo y de Eduardo, ya fallecido) brinda su camioneta Ford 150 y nos vamos tras las huellas de los asaltantes.
Preguntando a los campesinos encontramos el camino del probable escape de los delincuentes, montaña hacia adentro de Paján, Manabí, por unos caminos veraneros. Encontramos las huellas de su paso con las indicaciones de los campesinos que habían visto el paso de los forajidos y el rastro que dejaron. En una trocha encontramos algunos objetos personales y huellas de sangre en la tierra, dando la impresión que los delincuentes allí habían sido ejecutados. Más adelante, sobre una colina estaba levantada una típica casa de campo (de caña y paja, de un piso alto), unida a un camino de corto acceso. “Tengan cuidado, que desde ahí disparaban (cuántos ¿?), hacia abajo”, nos dijo un campirano. “Se nos acaba la luz”, me advirtió Fausto, pero muy asustados subimos el montículo.
Llamamos una y otra vez, nadie nos respondió… Por la escalera había tarrinas y servilletas. Temíamos que los bandidos estuviesen parapetados, tal vez heridos. Con temor esperamos, hasta que subimos… De nada nos hubiese valido haber llegado hasta allí y no ingresar a esa casa de campo.

Elio Armas Valencia (+), de Vistazo, amedrentado por la fuerza pública en Guayaquil.
Cuando entramos, encontramos una camisa de tela jean, basura, como que habían pasado ahí la noche más de una persona. En la cocina, sobre el fogón de barro y leña hallamos una ametralladora usada, descargada, y una pañoleta, de las que usan en el cuello, algunas mujeres. Agarramos el arma y la camisa vieja y salimos en busca de la camioneta que la habíamos dejado a unos 20 minutos de camino. Ya en Guayaquil escribimos la historia novelada del asalto y de la fuga. Al día siguiente, con la publicación en la mano, fuimos a la II Zona Militar a entregar la ametralladora y rendir nuestro testimonio, pero no pudimos escapar a un expediente judicial en la misma zona militar, bajo la prevención de que podíamos ser vinculados al asalto y robo a la sucursal del BNF en Daule.
Así son los riesgos del periodismo objetivo –reportero y fotógrafo o fotoperiodista, como quiera llamarse—cuando van solamente en busca de la verdad. ANTONIO MOLINA.