La incierta vida de los cartones que sirven para halagar a los fatuos y reconocer a los justos.
No tengo idea de cómo he llegado hasta aquí y estoy tan confundido, porque no sé –-realmente-- cuál será mi destino, como si fuese un viejo que arrastra las patas al caminar, sin ni siquiera haber terminado de nacer.
Me siento como los humanos que nacen sin saber dónde llegar, en qué cuna cobijarse ni conocer qué familia le ofrecerá parentesco; sin saber si seré bien recibido o me estrujarán y echarán entre desechos, como le ha ocurrido a buena parte de los míos, que han terminado sus días en las sombras de la una gaveta húmeda y maloliente. Pero tengo vida, que es lo más importante; porque reflexiono y pienso como Aristóteles, que sólo sé que nada sé, aunque siento que algún día seré racionalista porque deseo gritar como Descartes: “Si pienso, es porque existo…”.
Provengo de unas hojas de maguey que algunos agricultores desesperados por sobrevivir convirtieron en pulpa y en unas máquinas enormes y ruidosas me fueron adelgazando y con químicos amarillentos me fueron dando este aspecto que tengo, blanquinoso y limpio, sin enmendaduras ni grumos. En cierta forma soy feliz, porque soy un cartón en blanco y no sé a quién le pueda servir, así de pequeño y simple, prácticamente con una desnudez que no avergüenza. Sentiría vergüenza si halago a un político o a un narco.
Aunque nadie ha hablado de mi destino, creo que dejaré de ser cartón para convertirme en un honorable pergamino, en un expresivo diploma o en un simple certificado de algo. Gracias a Dios que no me convirtieron en papel higiénico, porque ese destino pestilente no me hubiera gustado llevar, por más halagadora que hubiera sido mi curiosidad sobre la intimidad ajena.
Hoy me confundieron por un error y no imprimieron nada sobre mi pecho o mis espaldas. No creo que haya sido un asunto deliberado, asumo que fue un hecho imprevisto. Se les olvidó algo, creo que el nombre o el rango del destinatario. Repito: No creo que ese error haya sido forjado y si lo fue así, a mí me vale gabardina saber en manos de quién voy a estar hasta el final de mis días o de la persona que va a poseerme, en términos lúdicos no sibaríticos, lo que realmente a mí no debe importarme porque aquello –-ya se los dije—es un asunto privativo de quien me reciba.
Si quien me reciba es un farsante y sin merecimientos, egoísta, vanidoso o mediocre, voy a lucir bien en las paredes enmarcado en pan de oro, pero en el fondo me sentiría mal hasta el final de mis días, porque careceré de valor real. Si, en cambio, es una persona pulcra, llena de principios y valores, satisfará mi razón de ser, sentiré orgullo porque dignificará mí origen; pero, me sentiría muy mal si es falso y no responda a lo que llevo escrito sobre mí –-para su exclusivo beneficio— de ser ejecutor “del desempeño y una incansable labor” que “lo convierten en referente” de la actividad que ha dedicado su vida. Ojalá que las palabras que dicen de este beneficiario, en mí, a quien recién conozco, no me defrauden y me conviertan en un anodino cartón, de esos que adornan las falsas paredes de los falsos valores.
Porque, pensándolo mejor, mi destino podría haber sido azaroso si caigo en manos de un petulante engreído, en vez de alguien sencillo y sin adornos superfluos. Lo lamentaría para el resto de mi vida… Mejor me hubiera perdido en el camino, en el pase de mano a manos o quedado en lo que soy… ¡Un simple cartón!
ANTONIO MOLINA
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