No recuerdo, si cuando fui desterrado del paraíso, salí gritando o llorando, pero lo cierto es que llegué a este mundo para ser testigo de cosas maravillosas, extraordinarias, suceden y ocurren cada día.
Pienso en la sonrisa de un hombre con ojotas, con un poncho y con una alforja vacía y sin embargo, sonríe. Pienso en aquella mujer que va a la chacra, a cosechar papas y regresa solo con unas cuantas, sin embargo, agradece enormemente por haber cosechado para una comida. Pienso en la mujer que solo tiene 50 céntimos para comprar un caramelo, sin embargo, cuando se acerca un méndigo comparte lo único que tiene. Pienso en el amigo que se acerca para poner su mano en el hombro de alguien que se siente solo, inmerso en la zozobra.
Pienso en aquellos días en los que las flores rejuvenecen y muestran su belleza sin par ante los ojos avizores del hombre. Pienso en aquellos días en los que los pájaros cantan con gran alborozo. Pienso en la lluvia que cae y en las sonrisas de un grupo de comuneros contentos de ver cómo el pasto se levanta y crece. Pienso en aquella mujer que perpleja mira su chacra de papas, que casi ha sido consumida por el hielo, sin embargo, está pensando invitar a sus vecinos para cosechar lo poco que queda.
Pienso en aquellas manos arrugadas, sucias, ásperas que acarician mi rostro. Pienso en los silbidos de un hombre caminando, dirigiéndose a pastear su ganado. Pienso en los gritos y en los cantos pletóricos de alegría de una niña que se acerca donde su madre a recibir una taza de leche recién salida de la vaca. Pienso en aquella familia que gustosamente se acurrucan en una sola cama para dormir y elevan sus oraciones, agradeciendo, al ser supremo, por permitirles dormir una noche más. Pienso en aquella familia que recibe una visita y sin una sombra de duda, mata la única gallina que tiene para invitar a sus visitantes.
Es casi imposible no llorar frente a estos acontecimientos que pintan las páginas de la vida con colores refulgentes, son titulares resaltados de la vida, de una vida dibujada por lo sencillo, por aquello que no importa, pero sí le importa a la vida misma. Es casi imposible no llorar frente a estas maravillas cotidianas. Últimamente, las cosas me conmueven grandemente y lloro de emoción, me regocijo, lloro de alborozo, mientras mi vida se deja seducir por lo insignificante, lo intrascendente, lo mínimo para convertirse en una vida amable, con sentido, sin necesidad de dibujar proyectos inalcanzables, quiméricos.
A veces, la propaganda de la vida, nos presenta dibujos de lo que podríamos ser, pero lo más triste es que ésta sabe que no podemos llegar a ser, sin embargo, nos ilusiona, nos vende algo que no puede ser comprado. Entonces, me aferro a una sonrisa de cada día, a un apretón de manos, a una mirada, a un saludo, a una palabra, a una conversación de amigos, a un murmullo, a un silbido, a un canto, a la poesía, a un hola, aún me gustas, a un te quiero y me sigo conmoviendo…
Roli Marín Tapia
Redactor Prensamérica Perú.
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