Los que acampan en la ciudad de Lima
Solo queríamos amanecer juntos, queríamos unirnos por un día en nuestras vidas para poder salvar algo de lo que en tiempos modernos llamaríamos “poner el pecho por el país”. Pero a estas alturas de la vida… con estos períodos arracimados de ingentes potestades de dignidad debido a las turbulencias ideológicas. Probablemente se había desvirtuado lo que es honor. Si tal palabra aún tuviera vigencia.
De pronto, la información de los hechos se había manipulado por intereses económicos o políticos. Pero eso Alejandra y yo no lo habíamos pensado, nos había motivado elementos asaláriales y que estaríamos haciendo algo grande por el país; dignificarlo con nuestra presencia (en teoría).
Destacar también la honestidad con que ellos habían comenzado el discurso: sobre las condiciones en especificarnos el escenario real de nuestra estadía en Lima.
Significó que debíamos prepararnos para poder estar en una especie de campamento. Pero sin conversar con nadie que no sea de nuestro partido político. Asintiendo con un voz parsimoniosa, pero a la vez, autoritativa. Respecto al armamento militar. Dijeron que eso solo nos entregarían si pasara algo. Ustedes serán la armada silente.
—El mundo los verá como los anquilosados. Pero ustedes estén preparados para cualquier escenario, y eso incluye un amotinamiento contra el gobierno.
—Nosotros contamos con ustedes y cada día que estén en Lima, será cotizado con el monto que ya hemos establecido.
El tono de la alocución era sereno, pausado y con mucha seguridad y eso, sin duda sirvió para el convencimiento de todos los presentes en aquella reunión de la plazuelita de Munai.
Entonces el viaje a Lima era un hecho. Estaba programado dentro de una semana.
Suficiente tiempo como para darle una segunda evaluación, pero nosotros no estábamos en condiciones para pensarlo mucho, y al fin y al cabo solo quería amanecer con Alejandra.
Enrico Diaz Bernuy
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