Una de las teorías que explica la estructura y la evolución de los seres humanos, sostiene que somos el fruto de los que traemos y vamos adquiriendo en la vida. Es una visión aceptable, sin embargo, creo que lo que vamos adquiriendo, en la vida, tiene mayor preponderancia, entonces, empezamos a construir y deconstruir percepciones sobre nosotros mismos, pero también sobre los demás. Creamos y recreamos mundos insospechados.
En este trajín, aparecen nuevas ideas y teorías que intentan explicar nuestras construcciones y representaciones mentales, entonces, escuchamos decir que, el hombre, por naturaleza es bueno o que, el hombre, es malo desde su nacimiento. A veces, esto puede sonar determinista, pero no dejan de ser visiones de hombres acerca de los hombres.
En este trayecto, siempre tendemos o deberíamos tender a concebir al ser humano desde diferentes perspectivas, ya que quedarnos solo con una de ellas, significaría reducir la complejidad de entender el proceso evolutivo de los seres humanos. Algunas teorías son más pesimistas que otras, unas más optimistas que otras y viceversa. Algunas construcciones teóricas, pretenden seducirnos e inculcarnos el lado positivo de los seres humanos, otras, se encaminan a ventilar el lado negativo de los seres humanos.
No pretendo llevar estar líneas a emitir un juicio de valor sobre las diferentes teorías, porque se necesitaría bastante tiempo. Entonces, solo intento “usarlas” como una introducción superficial para plasmar algún mensaje.
Las circunstancias y devenires cotidianos deberían conducirnos al encuentro con nosotros mismos; eso significa pensarnos, repensarnos, querernos, odiarnos, construirnos, deconstruirnos, morir, vivir, autoironizarnos, abrazarnos, flagelarnos, soñarnos y despertarnos. Para llevar a cabo este proceso, a veces, complejo, se hace necesario quedarnos solos, aislarnos, retirarnos, abstraernos del mundo, encerrarnos con nosotros mismos. En estos momentos, empiezan a aparecer aquellos mundos en los que pensamos muy poco o casi nunca: vulnerabilidad, miedo, destrucción, fragilidad, vacíos existenciales, el sin sentido, la realidad desvanecida. Pero, lo más importante es que estos mundos no son los mundos, son nuestros mundos. En cierta manera, “vivir desocupados” nos permite ocuparnos de nosotros mismos.
Y al ser, aquellos nuestros mundos, es una necesidad imperiosa aprender a convivir con ellos, pero aprender a lidiar con ellos pasa por comprenderlos y eso significa reflexión y análisis. Es probable, que en este camino lleguemos a desencantarnos de nosotros, pero es un paso necesario para volver a encantarnos. Sería mezquino, de nuestra parte, analizar y comprender para destruirnos; es un imperativo ineludible comprendernos para construirnos y, en lo posible, permitir que los demás también construyan aquello que anhelan ser.
Mirarnos y pensarnos no siempre resulta ser una actividad cómoda, pero solo así entenderemos que “auscultarnos”, como seres humanos, puede conducirnos a convivir “mejor” como humanidad.