La vida parece ser un abanico de sensaciones y emociones, en algunos casos, éstas son ordenadas, en otros casos, son caóticas, desorganizadas, pero al fin y al cabo forman parte del discurrir cotidiano de la vida, entonces, no hay que temerlas o alejarnos de ellas, al contrario, debemos acercarnos para vivirlas.
Cada momento de nuestra vida tiene su propio encanto, este encanto nos encapsula, nos embruja, nos despierta, nos mueve y nos permite ver las cosas mucho más livianas, lisonjeras y sencillas. Entonces, desaparecen, por un momento, las razones, los argumentos e intentamos viajar por otros terrenos mucho más cortos, pero profundos. Y, es aquí donde empiezan a nacer aquellos momentos inefables que nos dejan estupefactos y boquiabiertos, porque sus encantos tocan los lugares más sensibles de nuestros seres.
Entonces, nos enrolamos y nos adherimos a aquellos eventos, aparentemente, insignificantes, sencillos, gratos: tomar una taza de café entre amigos, conversar y reírnos de eventos nimios, tontos, banales, caminar por una calle desconocida y reírnos de la vida, de aquello que creemos que los demás están pensando. Estos devenires también tienen significado, porque construyen tranquilidad, confianza, sosiego y producen, en nosotros, carcajadas de satisfacción y alivio. Y, es que vivimos en un mundo demasiado serio como para pensar que todas las cosas son importantes.
Así aparece lo sencillo, lo imperceptible, aquello que fácilmente se deja de lado. Empezamos a contar historias, aparentemente, superficiales, frívolas, relatamos experiencias, aparentemente, estúpidas, inútiles, pero en el fondo contienen una verdad y lo único que necesitan es, probablemente, ser escuchadas. Aquí aparece el discurrir de la vida sin textos, solo con pretextos pequeños y placenteros que se van dibujando al ritmo de una carcajada, de un apretón de manos, de un saludo, de un suspiro, de una complicidad de niños.
Entonces, nos reímos y no sabemos por qué, solo nos dejamos atraer por la melifluidad de esto que no sabemos qué es y de aquello que parece ser. Incluso, el lenguaje, las palabras cambian y se convierten en cualquier cosa, menos en lo que deberían ser; inventamos palabras, frases, sonidos, nos reímos de nuestras expresiones que no tienen sentido, hilación, coherencia y que carecen de importancia. Parece que nada importase. Solo nos entregamos al momento y nuestros instintos obedecen, ciegamente, al encanto de estos minutos que se convertirán en recuerdos impenetrables, sempiternos y cándidos.
Nos seguimos riendo y la vida pasa desapercibida, pero pletórica de satisfacción. Nos seguimos riendo y el trabajo adquiere otro semblante. Nos seguimos riendo y el mundo se transforma en carcajadas. Entonces, dormimos en paz y despertaremos con tranquilidad. Mañana escucharemos, tal vez, una voz amigable que nos diga: no tengas miedo de contarme aquella historia sin sentido, no tengas miedo de salirte de lo usual, de lo cotidiano, de los protocolos, de las convenciones. Nos seguimos riendo y lo insignificante adquiere significado.
Roli Marín Tapia
Redactor Prensamérica Perú